10/10/10

LUCÍA (primera parte)


...la idea de desencadenar algo, cualquier cosa,
me parece oscuramente necesaria.
Julio Cortázar

Te escribo para que me entiendas, para que sepas por qué me urge tu ayuda.  Este lío comenzó cuando Aureliano, un nuevo compañero, llegó a la oficina.  Desde el primer día nos molestó su actitud con las mujeres: se la pasaba invitándonos a salir y alardeaba vulgarmente sobre sus proporciones anatómicas y  habilidades en la cama.

Por eso, y quizás por falta de otras cosas que hacer, se me ocurrió jugarle una broma pesada por internet.  Mateo –como siempre-  festejó mi ocurrencia y de inmediato se agregó a la maquinación virtual que pondría en su lugar al patán.  Desde los tiempos de La Ibero  -Mateo y yo- hemos sido incondicionales  y cómplices en más de una correría, nos hemos ayudado, encubierto, solapado; por eso, los envidiosos de la oficina no tardaron en apodarnos los hermanos.

Bueno, volviendo a lo del tal Aureliano, éste, además de molestarme con sus necias invitaciones, intentó ridiculizarnos a Mateo y a mí, que si éramos unos fresas, que si no me dejaba salir Mateo, que parecíamos una mafia, etcétera, etcétera.  Nos hartó y por eso –con mayor entusiasmo-  decidimos burlarnos de él.

El medio para consumar la broma era internet, pues es la manera ideal para quedar en el anonimato. Hace algún tiempo ingresé yo misma a las listas de cupido.com, ya que Mateo conocía este sitio (acuérdate, es un nerd que sabe muchísimo sobre la red) y me dijo que podría conocer más hombres por esta vía.  Lógicamente, la propuesta de multiplicar mis contactos con miembros del sexo opuesto, me atrajo y decidí modernizarme siguiendo los sabios consejos de mi amigo del alma.  

 Animada por mi recién adquirida experiencia virtual, yo misma incité a Aureliano a registrarse en cupido.com, diciéndole que ahí podría encontrar mujeres con afanes sentimentales o sexuales, y que no le mentía, pues nosotros, los hermanos,  también éramos usuarios y habíamos ligado a muchas personas en ese sitio. Aureliano, feliz y convencido con mi rollo mareador, dejó que lo inscribiéramos, y así, juntos, diseñamos su seudónimo y perfil.
Valga decir, que previamente Mateo había inventado una mujer virtual en dicho sitio: Sheila, veinte años, delgada, ojos celestes, estudiante y buscando un maestro que la iniciara en otros caminos de experimentación erótica, senderos que podrían incluir los juegos del aprendizaje y la obediencia.  Creímos que Aureliano se derretiría con tal estereotipo: bella, joven y dispuesta a ser dirigida en su cachonda primavera sexual. 

Como Mateo hizo el perfil de Sheila me pidió que yo redactara el primer mail para Aureliano.  Y aunque al principio me resistí, pues siento que escribir no es lo mío, lo tuve que hacer pues Mateo dijo que él apoyaría la broma, pero que yo tenía que participar igual que él.  Por lo tanto, redacté el primer mensaje y déjame decirte, que yo misma me sorprendí por lo bien que me salió: ciertamente parecían las palabras de una fue experta en sexo extremo y otras locuras. Hasta Mateo se maravilló por lo bien que me quedó el mensaje y me dijo el muy sangrón: “Lucía, dentro de ti hay talentos muy ocultos que yo desconocía, fíjate, tantos años de conocernos para apenas venir a enterarme de esto”.  

Cuando Aureliano recibió el mail corrió a pedirme mi opinión sobre Sheila. Yo lo felicité: “Ándale, eso es lo que te hacía falta, una cogelona de primer nivel”… pero el pobre me contestó que “ni madres, esa vieja de seguro es puta, quién sabe qué intenciones tendrá”, y con cara de susto recurrió a una amplia gama de excusas para no enfrentar sus deseos y limitaciones.  Yo me di por satisfecha con semejante reacción del  falso machín,  y comprendí la sabiduría del dicho aquel de “perro que ladra, no muerde”.  Más tarde, Mateo y yo,  nos reímos a morir con la anécdota del  recatado Aureliano.

Aquí esta historia debería haber terminado,  pero no fue así.

Sheila, desde el día de su nacimiento, recibió infinidad de mensajes que fuimos leyendo puntualmente. Animados constatábamos el alboroto y lujuria que provocaba nuestra mujer virtual.  La mayoría de los que escribían se definían como “máquinas sexuales” y dejaban su teléfono y dirección para que Sheila los buscara, es decir, se esforzaban poco, evidenciando sus ansias por fornicar rápido, barato y sin complicaciones emocionales.  A estas alturas, lo de Aureliano quedó atrás, Sheila ya tenía existencia propia -y al parecer-, tenía más éxito que nosotros mismos en las listas del sitio electrónico.   A mí, me escribían algunos, pero eran tan aburridos que pocas veces les contestaba; en el caso de Mateo, ni que hablar, él tan especial, tan raro con las mujeres (más de una vez, llegué a pensar que a lo mejor le gustaban los hombres), pues de plano no hacía click con ninguna de las que le escribían. 

       En ese contexto fue que apareció Elías Espejel.

Desde su primer mensaje nos impactó por el tipo de lenguaje utilizado, -mezcla de cultura y perversión- que dejaba entrever una sórdida propuesta, Elías si entendió lo de búsqueda de un “maestro” (tú sabes, dominación, sumisión, amos, esclavas) y se presentaba como un especialista en esta categoría sexual.  Y para que te des una idea, lee este correo suyo:
“Quiero aclararte que no estoy dispuesto a engaños.  En tu perfil señalas que buscas un ‘maestro’ y yo lo soy, pero necesito que me confirmes el tipo de sumisa que eres tú.  Mi concepto de dominación es que ésta se encuentra en la correcta disciplina administrada en los momentos adecuados.  Aunque te estoy diciendo que jugarías un papel dócil, no lo harías porque seas débil o estúpida, todo lo contrario, te entregarías a mí por fuerza y orgullo.  Tal vez te estás preguntando qué me lleva a decirte todo esto.  Todos deseamos algo más, nuestras búsquedas son por la necesidad de algo más, y tú y yo lo reconocemos sin vergüenza alguna. Seré tu instructor y comprenderás que el dolor no es el fin, sino el medio para la purificación.  Hemos iniciado el juego.”

Cuando terminamos de leer, sentí que algo se había instalado dentro de mí, algo subterráneo y oscuro que me hacía presentir y desear el nacimiento de otro tipo de juego. Este deseo por aquello que golpeara mi cotidianidad, logró erizarme tanto, que -con pena-  pretexté ir al baño para que Mateo no se percatara de las huellas de la excitación bajo mi blusa.

Y sí, yo comencé la broma –como dice la canción- pero no imaginé  lo que iba a pasar.  Cuando apareció Espejel también se evidenció la fragilidad de nuestro vínculo: si  dejaba de escribir dos o tres días, nos poníamos de mal humor, no había tema de conversación, es más, nos dábamos cuenta que ni éramos tan  buenas personas, la mezquindad y los desencuentros se sucedían frecuentemente.  Y si al principio me negué, ahora me peleaba con Mateo por ser yo la que le escribiera los mails a  Espejel.  Lo que ahora nos unía era esa pulsión por el mundo extraño, ajeno y peligroso que insinuaba Elías.

            Mi mayor ilusión era llegar y encontrar un correo suyo. Apresurada, procuraba llegar antes que Mateo a la oficina, para -a solas- poder deleitarme con los textos de Espejel.  Me fascinaba, pues además de revelarme cuestiones no conocidas, también parecía ir adivinando mis reacciones frente a la pantalla.  Por ejemplo, lee este otro mensaje.

               “Sheila, ¿tu cuerpo sufre escalofríos cuando me lees?  Aunque lo niegues, yo sé que es así…  que enardeces con cada palabra mía, ahora mismo presiento la humedad, el calor, las erecciones en tu cuerpo.  A través de tus mensajes me has dado la impresión de que eres una hembra cansada de fingir ser normal en el aspecto sexual; necesitas quien te indique qué hacer y cómo hacerlo, eres una hembra acercándose a su verdadera naturaleza y destino: ser poseída sin miramiento alguno.  Es tu momento para dejar de ocultarte y afrontar tu destino.
        Sin importar si tienes experiencia previa o no, deberás estar dispuesta a someterte a un adiestramiento estricto, con el cual modificaré tu conducta a mi gusto.”
Yo sé que cualquier otra gente se habría retirado de este juego inmediatamente. Él mismo Mateo me decía que  abandonáramos esto, que podía volverse peligroso.  Pero yo me negué. Siempre me he considerado una jugadora, una especialista en el juego: sabía arriesgarme pero también retirarme a tiempo.  Lo de Espejel no iba a ser la excepción, él me divertía, por lo que  seguiría retozando un rato y cuando dejara de estimularme, ¡zas!, cerraría esta dirección electrónica y asunto terminado. 

Continuará...

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