25/9/10

HISTERIA DE UN AMOR


Ella era la cola de un cometa, la aguja encontrada en el pajar, dieciocho septiembres. Y yo que le buscaba el pesebre prometido, siendo un pobre puberto tardío que no tenía para el motel, a disposición estaban la azotea desocupada, la oscura y solitaria escalera, el negro cine porno del barrio, la covacha de la vecindad, el vestidor del balneario en Oaxtepec, los baños de la escuela; y por calentarla tanto hasta que ardiera, se la tragó la tierra, ahhh esas piernas largas como sables carnales que le salían de esas anchas caderas y redondas nalgas.
Se me fue viva antes de llegar más adentro que los dedos y la lengua, me dejó sin pistas de por medio, llevándose aquello tan precioso y tan preciado lejos de mí. Para soportar aquel caliente dolor de su pérdida perdición, solo y con la diestra, las noches en vela me la simulaban, pienso en los pequeños senos en flor, en su breve talle, la boquita de botón y esos ojos orientales de fábula embrujada. Como olvidarla así, vuelto loco.
Un par de años pasaron, tiempos de carta de pasante, en esas de buscar trabajo andaba, cuando supe de ella por lenguas de la mala envidia y la peor labia; yo no conocía de putas más que por habladas. Que de hasta con tres a la vez con sus penetraciones juntas podía y además quería, la santísima trinidad del diablo: oralvaginalanal. Que se bañaba en leches de machos que ella misma ordeñaba a puño y lengua.  Que en el lupanar en que reinaba se hallaba presta y sin ropa íntima bajo la ropa de encima. Que más adentro, en los salones privados, andaba nada más con el perfume propio y la piel expuesta y que hasta equinos le llevaban para saciarla. Se había vuelto legendaria, perversamente pervertida.
¡Pinche destino, maldita sea!, rabia de mil perros, se vinieron las noches de las pesadillas interminables en que un trío de burros del demonio le ocupaban las humedades en orgias eternas. Tenía que ir hasta el quinto puerto del inframundo en que supe de sus dominios a comprobarlo, a exigirle lo que aún no me daba y a  matarla, o a rogarle.
Qué ironía, ahora, había que hacer fila y pagar entrada ¡qué jodido!. Ahí apareció en la pista, anunciada como el animal más alto de la noche, sublime puta celestialmente bella y sensual hasta los aullidos, su piel eléctrica iluminaba más allá de la última mesa, esperé tras el penúltimo imbécil con boleto que le pasó encima y llegado el turno en el privado, después de tantearme y de saberme, de agarrarnos a gritos, a insultos altisonantes, a sombrerazos y luego a besos desesperados, nos fugamos de la mano a parar ante el altar de los baños públicos “Opera Prima”, ahí fue el amor sin barreras y sin látex, con la elegida; la preferida de dios conmigo un día domingo, cabalgamos a pelo en la banca del sauna, entre nubes de un cielo verdadero, su mágica vagina me masticaba, era la gloria, tuve en mis manos su cuello y su vida, pero esos ojos de almendra y esa boca abierta me lo impidieron cuando juntos nos venimos, la amaba más allá del más allá. No podía tratarse solo de una baja pasión.
Se me fue viva, daños colaterales menores, raspones en las rodillas, altos perjuicios en el alma, lloramos, lloré por su amor, lloró por su vida.
La última vez fue hace tan solo quince septiembres, después de perderle la pista en que patinaba, dio la casualidad y coincidimos de frente en un parque de las calles de la Colonia Roma, solo más vieja, igual de buena y de perversa, le habían brotado tetas. Me reconoció, pero ni un chinga tu madre, indiferencia, más que odio. A pesar de la gente que aún pululaba y de la luz del arbotante que lo presenció todo, ahí mismo nos tiramos en el pasto y nos revolcamos mudos hasta sacarnos los gritos y los tuétanos. No podía dejar pasar otra ocasión como esa, solo porque no hubiese donde. Alguien aplaudió.
Como olvidarla, si fue mi tango en el fango, si desde que fue mía o fui suyo,  no se me quitan las recurrentes  infecciones. Los calambres y la inflamación de genitales de estas crónicas masturbantes, siempre serán mi castigo, ni como pedirle perdón, a la maldita maldición de toda su maldá.

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